La seguridad alimentaria mundial se enfrenta a un desafío creciente: producir más alimentos para una población que superará los 9.000 millones de personas en 2050, sin comprometer los recursos naturales y reduciendo los impactos ambientales.
En este contexto, los agroquímicos —productos diseñados para proteger los cultivos contra plagas, enfermedades y malezas— han sido fundamentales para garantizar un suministro estable de alimentos seguros y de calidad.
El origen de los agroquímicos modernos se remonta a mediados del siglo XX, cuando científicos desarrollaron moléculas sintéticas capaces de controlar de forma selectiva organismos perjudiciales para las cosechas. Estas innovaciones marcaron un punto de inflexión en la agricultura, reduciendo drásticamente las pérdidas y aumentando el rendimiento por hectárea.
Hoy, el desarrollo de agroquímicos está influenciado por la biotecnología, la química verde y la agricultura de precisión. Se buscan productos más eficaces, con menor impacto ambiental y toxicidad reducida para humanos y fauna beneficiosa. Las fórmulas de nueva generación incorporan principios activos más específicos y tecnologías de liberación controlada, lo que mejora la eficiencia y minimiza la aparición de resistencia en las plagas.
Argentina: segundo actor clave en Latinoamérica
Argentina ocupa el segundo lugar en Latinoamérica en el uso de agroquímicos y es uno de los mayores productores agrícolas del mundo. Su rol como exportador de soya, maíz, trigo, girasol, frutas y hortalizas demanda un control fitosanitario riguroso para mantener la competitividad y cumplir con los estándares internacionales de calidad.
El clima variado del país —que va desde regiones subtropicales hasta zonas templadas— favorece la diversidad de cultivos, pero también la presencia de múltiples plagas y enfermedades. Esto ha impulsado el uso de herbicidas, fungicidas e insecticidas adaptados a cada región. El modelo productivo argentino, basado en gran parte en la siembra directa y en cultivos extensivos, ha favorecido el uso combinado de semillas genéticamente modificadas y agroquímicos, especialmente glifosato para el control de malezas.
En cuanto a investigación, Argentina cuenta con instituciones como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y universidades que trabajan junto a empresas privadas para desarrollar productos adaptados a las necesidades locales. El país también participa en programas de manejo integrado de plagas (MIP), que combinan control químico, biológico y prácticas culturales para reducir la dependencia exclusiva de agroquímicos.
Regulación y tendencias futuras
En la última década, Argentina ha fortalecido la regulación sobre la comercialización y aplicación de agroquímicos, buscando un uso más seguro y responsable. Varios municipios han implementado zonas de amortiguamiento y restricciones para la aplicación aérea, mientras que a nivel nacional se promueve la capacitación de aplicadores y la gestión responsable de envases vacíos.
El desafío para el futuro está en equilibrar la productividad agrícola con la protección ambiental y la salud de las comunidades rurales. La tendencia apunta hacia el desarrollo de productos más selectivos, biodegradables y compatibles con sistemas agrícolas sostenibles.
Como segundo mayor usuario de agroquímicos en América Latina, Argentina tiene la oportunidad de liderar en innovación responsable, combinando su capacidad productiva con políticas públicas y avances científicos que fortalezcan la seguridad alimentaria a nivel regional y global.