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Biotecnología y bioseguridad en México, innovación con responsabilidad

México Bioseguridad

La biotecnología se ha convertido en una de las herramientas más poderosas para enfrentar los grandes desafíos de la humanidad: seguridad alimentaria, cambio climático, salud pública y desarrollo sostenible.

Sin embargo, el uso de organismos genéticamente modificados (OGM), bioinsumos y nuevas técnicas de edición genética como CRISPR plantea también la necesidad de garantizar altos estándares de bioseguridad. En América Latina, México es un caso clave, ya que combina un fuerte desarrollo biotecnológico con una gran biodiversidad que debe ser protegida.

Biotecnología agrícola y el debate sobre bioseguridad

México es centro de origen y diversidad del maíz, lo que lo convierte en un país estratégico en el debate sobre OGM. Desde finales de los años noventa, ha habido una intensa discusión en torno al uso de semillas transgénicas para aumentar la productividad agrícola. Por un lado, los desarrolladores destacan que los cultivos genéticamente modificados pueden resistir plagas, sequías y reducir el uso de agroquímicos; por otro, organizaciones ambientales y campesinas advierten sobre los riesgos de contaminación genética en variedades nativas y sobre posibles impactos en la salud y el ambiente.

Para equilibrar innovación y protección, México creó en 2005 la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (LBOGM), que establece un marco regulatorio para la liberación experimental, piloto y comercial de OGM, así como medidas de confinamiento en investigación y protocolos de monitoreo ambiental. Esta legislación, pionera en la región, busca garantizar que cualquier avance biotecnológico se desarrolle bajo principios de precaución, transparencia y participación pública.

Bioseguridad en salud y biotecnología industrial

Más allá del agro, México ha impulsado aplicaciones biotecnológicas en salud y en la industria. Instituciones como el Instituto Politécnico Nacional y la UNAM desarrollan vacunas, anticuerpos monoclonales y biosensores, algunos de los cuales requieren estrictas medidas de bioseguridad para evitar riesgos de exposición.

En la industria farmacéutica y alimentaria, el uso de microorganismos modificados para producir enzimas, probióticos o compuestos bioactivos exige cumplir con normas de bioseguridad en laboratorios y plantas de producción. Estas medidas se basan en estándares internacionales como los del Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología, del cual México es signatario.

Retos de implementación

  • Aunque México cuenta con un marco regulatorio robusto, enfrenta desafíos importantes:
  • Monitoreo insuficiente en campo: garantizar que los OGM no se propaguen fuera de las zonas autorizadas requiere más recursos y vigilancia.
  • Capacitación desigual: no todos los laboratorios, universidades y productores cuentan con el mismo nivel de formación en bioseguridad.
  • Aceptación social: la percepción pública sobre los OGM y biotecnología sigue dividida, lo que exige mayor comunicación científica.
  • Biodiversidad en riesgo: al ser uno de los países más megadiversos del mundo, México debe asegurar que los avances biotecnológicos no comprometan sus ecosistemas únicos.

Oportunidades para Latinoamérica

La experiencia mexicana muestra que es posible combinar innovación biotecnológica con políticas de bioseguridad. Otros países latinoamericanos, como Brasil, Argentina y Colombia, también han avanzado en regulaciones y centros de investigación, lo que abre la puerta a una cooperación regional en esta materia. Una estrategia conjunta permitiría compartir mejores prácticas, armonizar normativas y fortalecer la competitividad de la región en el mercado global de bioinsumos, semillas mejoradas y terapias biotecnológicas.

La biotecnología tiene un enorme potencial para transformar los sistemas agrícolas, industriales y de salud en América Latina. Pero ese potencial solo puede materializarse si se aplica con responsabilidad y bajo estrictas medidas de bioseguridad. México ofrece un ejemplo claro: proteger su patrimonio genético y natural al mismo tiempo que promueve la innovación científica. El reto de la región es encontrar ese delicado equilibrio entre aprovechar la biotecnología y preservar la biodiversidad que la hace única en el mundo.

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