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El riesgo invisible del alcohol adulterado en América Latina

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En distintos rincones de América Latina, levantar un vaso puede convertirse en un riesgo mortal. Detrás de muchas botellas de bajo costo que circulan en mercados informales se esconde un enemigo silencioso: el alcohol de madera o metanol, un químico altamente tóxico que, cuando se ingiere, puede provocar ceguera e incluso la muerte.

A diferencia del etanol —el alcohol que se consume en vinos, cervezas o licores legales—, el metanol es un solvente industrial empleado en anticongelantes y combustibles. Su bajo precio lo convierte en la trampa perfecta para quienes adulteran bebidas con fines de lucro. El resultado es devastador: basta con 10 mililitros de metanol puro para causar daños irreversibles a la visión, y un poco más puede ser letal.

El problema no es aislado. Países como Ecuador, Costa Rica, México y Perú han registrado en los últimos años brotes de intoxicación masiva vinculados al consumo de alcohol adulterado. En Ecuador, más de 50 personas perdieron la vida tras beber licor contaminado; en Costa Rica, el Ministerio de Salud reportó al menos 20 fallecimientos y decomisó decenas de miles de botellas. Perú también enfrentó una crisis: 54 muertes en Lima se relacionaron con vodka aromatizado mezclado con metanol y líquidos industriales. En México, durante la pandemia, se documentaron cientos de decesos en estados como Puebla, Morelos y Jalisco por la misma causa.

Más allá del drama humano, el impacto económico también es fuerte. El alcohol adulterado mina la confianza del consumidor y golpea a la industria formal, que cumple con estándares de seguridad y sanidad. Según estudios del sector, en algunos mercados latinoamericanos hasta un 25% de las bebidas alcohólicas que circulan en el canal informal pueden ser ilegales o falsificadas. Esto significa pérdidas millonarias para productores legales y riesgos constantes para la salud pública.

Los síntomas de una intoxicación por metanol pueden confundirse con los de una borrachera común: mareos, náuseas o dolor de cabeza. Pero a las pocas horas se intensifican: visión borrosa, dificultad para respirar, convulsiones y, en casos graves, coma. La atención médica inmediata es vital. El antídoto más usado es paradójicamente el mismo etanol, que compite con el metanol en el metabolismo y reduce la formación de los compuestos tóxicos. Aun así, muchas veces las víctimas no llegan a tiempo a los hospitales.

La raíz del problema está en la falta de regulación y control efectivo sobre el mercado informal, un espacio en el que la necesidad de bebidas más baratas se combina con la oportunidad de ganancias rápidas. En comunidades con menor poder adquisitivo, la tentación de optar por una botella de dudosa procedencia puede terminar en tragedia.

Los especialistas insisten en que la solución pasa por reforzar la vigilancia sanitaria, aumentar las campañas de concienciación y aplicar sanciones más severas contra los responsables de esta práctica criminal. Para los consumidores, la recomendación es clara: evitar comprar alcohol en lugares informales y siempre verificar que los envases cuenten con etiquetas y sellos oficiales.

El alcohol adulterado es mucho más que un fraude comercial. Es una amenaza que se cobra vidas y que exige una respuesta coordinada entre autoridades, empresas y ciudadanos. Porque detrás de cada trago contaminado no solo se esconde una estafa: se esconde un peligro real que puede dejar a familias enteras marcadas para siempre.

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