FoodNewsLatam - Perú y el desafío de reemplazar colorantes sintéticos, una transición que podría tomar hasta tres décadas

Perú y el desafío de reemplazar colorantes sintéticos, una transición que podría tomar hasta tres décadas

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La reciente prohibición del colorante sintético Rojo 3 en Estados Unidos por parte de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) ha reavivado un debate global sobre la seguridad de los aditivos artificiales en la industria alimentaria.

El caso, considerado un precedente internacional, también ha encendido las alarmas en el Perú, donde expertos advierten que la sustitución de colorantes sintéticos por pigmentos naturales será un proceso largo y complejo que podría extenderse hasta 30 años.

El anuncio de la FDA no solo impacta al mercado norteamericano, sino que también ejerce presión en países exportadores como Perú, obligando a la industria a reflexionar sobre la necesidad de ajustarse a nuevas exigencias regulatorias y a una creciente demanda de consumidores que buscan alimentos más seguros y naturales.

Las ventajas de los colorantes sintéticos

La dificultad radica en que los colorantes artificiales presentan beneficios tecnológicos y económicos difíciles de igualar. Estos aditivos se caracterizan por su alta estabilidad frente a factores como el pH, la temperatura, la exposición a la luz y el tiempo de almacenamiento, lo que asegura uniformidad en la apariencia de los productos. Además, su costo de producción es significativamente más bajo que el de los pigmentos naturales, lo que los convierte en la opción preferida para la mayoría de las empresas de alimentos y bebidas.

Aunque organismos internacionales como la FDA, la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) y el Codex Alimentarius han establecido normativas estrictas para controlar el uso de estos compuestos, las críticas de la comunidad científica y la presión social han generado un impulso global hacia soluciones más sostenibles y seguras.

El escenario peruano: oportunidades y trabas

En el Perú, los colorantes sintéticos continúan dominando el mercado gracias a su accesibilidad y durabilidad. Sin embargo, especialistas señalan que el camino hacia una transición natural no será inmediato.

“La adopción masiva de pigmentos naturales requiere años de investigación y validación tecnológica. No basta con extraer el color de una planta o insecto, se necesita comprobar su funcionalidad, estabilidad y seguridad en diferentes matrices alimentarias”, explicó Bettit Salva Ruiz, vicerrectora de investigación de la Escuela Cordon Bleu Perú.

Un ejemplo positivo es el carmín de cochinilla, producto emblema de exportación que ha demostrado que el país puede competir internacionalmente con un colorante natural de alta calidad. Sin embargo, otras alternativas como el pigmento del achiote, la cúrcuma o el camote morado enfrentan obstáculos relacionados con la escalabilidad industrial, la estandarización del color y los costos de producción. Estas limitaciones, a su vez, encarecen los productos finales, reduciendo la competitividad frente a los elaborados con aditivos sintéticos.

Un cambio cultural, científico y económico

El reto no se limita a la ciencia y la tecnología. También se trata de modificar estructuras productivas y cadenas de suministro. Migrar hacia colorantes naturales implica capacitar a los productores, invertir en biotecnología, crear normativas específicas y desarrollar incentivos económicos para que la industria apueste por estas alternativas.

En ese sentido, la transición no puede considerarse únicamente un asunto regulatorio. Requiere de políticas públicas de largo plazo, alianzas entre universidades, empresas y el Estado, así como campañas educativas que fomenten un cambio en el consumo. Solo con ese esfuerzo coordinado será posible acortar los plazos y evitar que el Perú quede rezagado frente a países que ya avanzan en este terreno.

Por ahora, el consenso entre los especialistas es claro: si bien el futuro apunta hacia pigmentos naturales, el proceso de reemplazo será lento. En un escenario optimista, podría completarse en dos o tres décadas, siempre que exista inversión, voluntad política y presión del mercado.

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