La biotecnología agrícola está transformando los sistemas de producción en América Latina, impulsando prácticas más sostenibles, resilientes y eficientes. En un contexto de cambio climático, creciente demanda alimentaria y presión sobre los recursos naturales, esta disciplina se ha convertido en una herramienta clave para el desarrollo del agro.
Si bien varios países de la región han avanzado en esta área, Brasil se destaca como el líder indiscutido en investigación, desarrollo y adopción de tecnologías biotecnológicas aplicadas al sector agrícola.
Desde hace más de dos décadas, Brasil ha consolidado una estrategia nacional para integrar la biotecnología en su modelo productivo. Hoy, el país es el segundo mayor productor de cultivos genéticamente modificados (GM) del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA), más del 94% del área cultivada con soya y más del 88% del maíz en Brasil utiliza variedades transgénicas.
Pero el liderazgo brasileño va más allá de los cultivos GM tradicionales. En los últimos años, el país ha avanzado significativamente en edición génica (CRISPR), bioinsumos, y plataformas de bioinformática aplicadas a la agricultura de precisión. Instituciones como Embrapa (Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria) han desarrollado variedades mejoradas de soya, caña de azúcar, frijol y algodón, resistentes a enfermedades, sequías y con mayor eficiencia en el uso de nutrientes.
Uno de los hitos más recientes es la aprobación por parte de la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio) del trigo HB4, un trigo tolerante a sequía desarrollado por la empresa argentina Bioceres en colaboración con científicos brasileños. Su liberación comercial marca un punto de inflexión para los cultivos transgénicos en cereales, un terreno donde hasta ahora el desarrollo era más limitado.
Además, Brasil ha dado un fuerte impulso al uso de bioinsumos, como biofertilizantes, biopesticidas y microorganismos que favorecen el crecimiento vegetal o protegen contra plagas. Según el Ministerio de Agricultura, el mercado brasileño de bioinsumos creció un 30% en 2023, y se espera que supere los mil millones de dólares en los próximos tres años. Esto responde no solo a exigencias ambientales, sino también a demandas de consumidores que priorizan alimentos con menor impacto químico.
En el ámbito de la innovación privada, startups como Solinftec, Agrosmart y Symbiomics están revolucionando el uso de datos genéticos, inteligencia artificial y sensores para optimizar la toma de decisiones en tiempo real. Estas empresas han recibido inversiones internacionales y están expandiendo sus soluciones a otros mercados latinoamericanos.
En el resto de la región, países como Argentina, México, Colombia y Chile también muestran avances importantes, aunque con diferencias marcadas en cuanto a marcos regulatorios, inversión pública y adopción por parte de los productores. Argentina, por ejemplo, ha sido pionera en transgénicos y edición génica, mientras que Chile destaca por sus desarrollos en biotecnología vegetal orientada a frutales exportables.
Colombia, por su parte, promueve el uso de bioinsumos en café, caña y banano, y México ha fortalecido su estrategia de bioeconomía para mejorar la productividad en maíz y aguacate.
Sin embargo, los expertos coinciden en que Brasil marca la pauta regional. Su capacidad científica, infraestructura de investigación, marco regulatorio ágil y articulación entre sector público y privado le han permitido escalar soluciones biotecnológicas con impacto económico y ambiental.
A futuro, se espera que la biotecnología en Latinoamérica se enfoque cada vez más en aspectos como la reducción de emisiones de carbono, el uso eficiente del agua, y la mejora del valor nutricional de los alimentos. En este camino, la cooperación regional y la armonización normativa serán claves para aprovechar todo el potencial de la biotecnología en beneficio de productores, consumidores y el planeta.