En los últimos años, dos fenómenos silenciosos comenzaron a ganar protagonismo en las góndolas y en la experiencia cotidiana de compra: la reduflación y la skimpflation.
Aunque ambos procesos fueron estudiados ampliamente por organismos internacionales y centros académicos, en América Latina encuentran un terreno especialmente fértil. Entre los países de la región, Argentina se destaca como uno de los casos más visibles, debido a su prolongado contexto inflacionario, la volatilidad de costos y la sensibilidad del consumo masivo.
A diferencia de los aumentos de precios tradicionales, estas estrategias operan de manera más discreta. La reduflación implica que un producto reduce su tamaño, peso o cantidad, mientras mantiene —o incluso incrementa— su precio. La skimpflation, en cambio, conserva el formato y el precio, pero ajusta la calidad: ingredientes más baratos, menor contenido de componentes clave o servicios más limitados. En ambos casos, el resultado es el mismo: el consumidor recibe menos valor por el mismo dinero.
Argentina, un laboratorio del consumo ajustado
En un país con inflación crónica y fuerte presión sobre los costos industriales, estas prácticas se volvieron particularmente frecuentes. Alimentos envasados, bebidas, productos de higiene, limpieza y golosinas muestran cambios graduales que muchas veces pasan desapercibidos. Barras de chocolate más pequeñas, paquetes de galletas con menos unidades, yogures con menor peso neto o detergentes más diluidos son parte del paisaje habitual.
Estudios internacionales, como los citados por la United States Government Accountability Office (GAO) y trabajos académicos recientes, indican que menos del 5% de los productos reduce su tamaño en un período determinado, pero esos artículos suelen concentrar una porción relevante de las ventas. En mercados como el argentino, donde el consumo es altamente rutinario y la fidelidad a la marca sigue siendo fuerte, el impacto es aún mayor.
Investigaciones publicadas en SSRN muestran que, a nivel global, el tamaño promedio de los alimentos envasados cayó más de 7% en la última década. En Argentina, analistas privados y asociaciones de consumidores advierten que la reducción acumulada en ciertos rubros es incluso superior, especialmente en productos de consumo diario y compras impulsivas.
Cuando la calidad también se ajusta
La skimpflation es más difícil de detectar, pero no menos relevante. Cambios en recetas, sustitución de ingredientes premium por alternativas más baratas y reducción de componentes clave forman parte de una estrategia legal en la mayoría de los países, siempre que se respeten los mínimos regulatorios. En Argentina, esto se observa en chocolates con menor proporción de cacao, galletas con más azúcares y aceites vegetales, y lácteos con ajustes en sólidos y grasas.
El fenómeno no se limita a bienes físicos. También alcanza a servicios: menos personal en locales gastronómicos, tiempos de espera más largos, menor control de calidad o prestaciones recortadas sin reducción de precios.
Por qué funcionan estas estrategias
La evidencia empírica es clara: los consumidores reaccionan con mucha más fuerza ante una suba directa de precios que frente a un recorte de cantidad o calidad. Estudios de universidades europeas y asiáticas señalan que las personas son entre dos y cinco veces menos sensibles a la reduflación o la skimpflation que a un aumento explícito. En Argentina, donde la inflación domina la conversación pública, estos cambios suelen quedar relegados frente al impacto inmediato del precio final.
Encuestas regionales muestran que solo una minoría cambia de marca tras detectar un recorte. La mayoría continúa comprando por hábito, cercanía o falta de alternativas claras.
Un desafío estructural
Expertos coinciden en que, si no se consideran estos fenómenos, la inflación real queda subestimada y el poder de compra se erosiona de manera acumulativa. En Argentina, la reduflación y la skimpflation se consolidaron como parte del nuevo equilibrio del consumo, obligando a los compradores a mirar con más atención etiquetas, precios por unidad y cambios sutiles que, gota a gota, redefinen cuánto rinde realmente el dinero.



