En los rincones más apartados de México, donde la desnutrición infantil aún persiste y el abandono del campo se hace evidente, algunos alimentos ancestrales comienzan a cobrar nueva relevancia.
Se trata de cultivos tradicionales con alto valor nutricional que, durante siglos, han sido parte esencial de la dieta mesoamericana, pero cuyo consumo disminuyó significativamente con el paso del tiempo. Hoy, bajo el enfoque de la seguridad y soberanía alimentaria, resurgen como verdaderos aliados en la lucha contra la malnutrición.
Estos alimentos, conocidos como superalimentos mexicanos, destacan no solo por su accesibilidad en zonas rurales, sino también por su densidad nutricional. Entre ellos se encuentran el amaranto, la chía, el nopal y el maíz nixtamalizado. Más allá de su valor histórico y simbólico, la ciencia moderna respalda sus beneficios concretos para la salud.
El amaranto, por ejemplo, es una proteína completa que contiene todos los aminoácidos esenciales. Es rico en hierro, calcio, magnesio y fibra dietética. Durante la época colonial, fue prohibido por su uso en rituales indígenas, lo que llevó al abandono casi total de su cultivo. No fue sino hasta la década de 1970 que proyectos comunitarios en estados como Oaxaca y Puebla impulsaron su rescate, posicionándolo como un alimento ideal para combatir la anemia y mejorar el perfil lipídico, según el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.
El nopal, a pesar de su presencia diaria en la mesa mexicana, ha sido históricamente subvalorado. Considerado erróneamente como “comida de pobres”, este cactus posee propiedades que regulan los niveles de glucosa en sangre, reducen el colesterol y tienen efecto antiinflamatorio. Investigaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México destacan su utilidad en el control del peso corporal y su alto contenido de fibra soluble.
La chía, una semilla utilizada desde tiempos prehispánicos, contiene ácidos grasos omega-3, antioxidantes y fibra. Su consumo estabiliza los niveles de azúcar en sangre, mejora la digestión y refuerza el sistema inmunológico. Aunque fue redescubierta recientemente por la industria alimentaria internacional, su revalorización en el ámbito de la salud pública aún está pendiente de políticas nacionales más integradas.
Otro alimento clave es el maíz nixtamalizado, base de la tortilla mexicana. Gracias al proceso ancestral de cocción con cal (nixtamalización), se mejora la absorción de calcio y niacina, lo que contribuye a prevenir enfermedades como la pelagra. Además, la tortilla sigue siendo una de las principales fuentes de energía y micronutrientes para millones de personas en el país.
En regiones como la Sierra Tarahumara, diversas comunidades indígenas han incorporado estos cultivos en proyectos de huertos familiares liderados por mujeres. En este contexto, la alimentación se convierte en una herramienta de crianza positiva: no solo nutre el cuerpo, sino que fortalece la autonomía, la educación alimentaria y los lazos comunitarios.
Rescatar estos superalimentos no es mirar al pasado con nostalgia, sino aprovechar el conocimiento heredado para construir un futuro más sano, justo y autosuficiente desde la cocina mexicana.