Más informados, conscientes de su salud y atentos al impacto ambiental, los consumidores jóvenes están transformando silenciosamente el mercado de proteínas animales en América Latina.
Generación Z y millennials no están abandonando la carne, pero sí están exigiendo que evolucione en términos de calidad nutricional, sostenibilidad, bienestar animal y transparencia, obligando a la industria a acelerar procesos de innovación y adaptación.
La Generación Z —nacidos entre 1997 y 2012— lidera este cambio impulsada por un fuerte interés en el bienestar físico inmediato, la energía diaria y la salud de la piel, aun cuando su poder adquisitivo es menor debido a que muchos se encuentran en etapas tempranas de su vida laboral. Los millennials, con ingresos más estables y en crecimiento, mantienen una visión más orientada al largo plazo, priorizando salud cardiovascular, inmunológica y cognitiva, sin renunciar a estilos de vida activos.
Estos valores se reflejan claramente en sus decisiones de compra. Ambos grupos cuestionan los modelos tradicionales de consumo cárnico, privilegian productos frescos y de origen local, y utilizan canales digitales como principal fuente de información y compra. En este contexto, el pollo se ha consolidado como la proteína animal preferida en varios mercados clave de la región.
En Colombia y Brasil, datos de la FAO y la OCDE muestran que el pollo ha ganado terreno por su accesibilidad, versatilidad culinaria y perfil nutricional, caracterizado por un menor contenido de grasa saturada frente a otras carnes. Además, el desarrollo de cadenas de frío y formatos congelados ha mejorado su disponibilidad y vida útil, favoreciendo su adopción entre consumidores jóvenes.
Un estudio reciente realizado en Colombia entre personas de 24 a 39 años revela que más del 60 % evita activamente productos ultraprocesados y el 55 % se declara altamente cuidadoso con lo que consume. Conceptos como “local”, “fresco”, “natural” y “saludable” lideran los criterios de compra, mientras que el bienestar animal y el uso responsable de antibióticos influyen directamente en la percepción de calidad. Desde el punto de vista científico, estas preocupaciones están alineadas con evidencia que asocia dietas menos procesadas y proteínas magras con mejores indicadores metabólicos.
En Brasil, la tendencia es similar. Cerca del 80 % de los millennials revisa etiquetas al comprar pollo y alrededor del 40 % está dispuesto a pagar un sobreprecio por productos que reflejen valores éticos y ambientales. Prácticas como la producción sostenible, la reducción del impacto ambiental y la ausencia de antibióticos promotores de crecimiento se han convertido en atributos decisivos para este segmento.
Argentina presenta un escenario particular. Aunque la carne vacuna sigue siendo un símbolo cultural, los millennials demandan mayor transparencia, compromiso ambiental y responsabilidad social. Estudios sectoriales muestran que, si bien existe afinidad con el producto, la lealtad de este público depende cada vez más de la comunicación clara de prácticas éticas y de la trazabilidad. La ciencia juega aquí un rol clave, con avances en sistemas de medición de huella de carbono y bienestar animal que permiten responder a estas demandas.
En Chile, los hábitos digitales aceleran el cambio. Los jóvenes destinan una menor proporción de su presupuesto a carnes tradicionales y muestran mayor apertura hacia alternativas plant-based, mientras el comercio electrónico se consolida como canal dominante para la compra de alimentos, incluidos productos cárnicos.
Estas tendencias confirman que la industria cárnica latinoamericana enfrenta un punto de inflexión. Los consumidores jóvenes no rechazan la proteína animal, pero sí redefinen sus reglas. Para seguir siendo relevante, el sector deberá integrar ciencia, sostenibilidad e innovación comercial, alineando su propuesta de valor con las expectativas de una generación que decide qué comer con datos, principios y propósito.



