En las últimas décadas, la alimentación en Argentina ha experimentado un cambio drástico. Lo que antes era una dieta basada en alimentos frescos y mínimamente procesados, hoy ha dado paso a un patrón dominado por productos ultraprocesados, con altos niveles de sodio, azúcares, grasas saturadas y aditivos.
Esta transformación no solo afecta los hábitos de consumo, sino también la inocuidad de los alimentos, es decir, su seguridad e impacto real en la salud humana. Estudios recientes, como las Guías Alimentarias para la Población Argentina (2020), y publicaciones como La mesa argentina en las últimas dos décadas, evidencian una disminución sostenida en el consumo de frutas, verduras, legumbres y carne vacuna. Al mismo tiempo, se incrementa el consumo de productos listos para consumir, bebidas azucaradas, fiambres y masas precocidas. Este fenómeno responde, entre otros factores, a los cambios en las dinámicas sociales: mayor participación femenina en el mercado laboral, menor tiempo para cocinar, falta de educación alimentaria y la influencia constante de la publicidad de productos de baja calidad nutricional.
Pero la explicación va más allá del comportamiento del consumidor. Para entender los riesgos que enfrenta la inocuidad alimentaria en el país, es necesario observar cómo se produce lo que comemos. Según la doctora en Ciencias Sociales Carla Poth, la matriz agroproductiva argentina ha girado en las últimas décadas hacia un modelo dominado por monocultivos extensivos —soja, maíz y trigo—, mayoritariamente transgénicos y destinados en gran medida a la exportación o a cadenas de producción animal.
Este modelo intensivo, basado en semillas genéticamente modificadas, se sustenta en el uso masivo de agrotóxicos, fertilizantes químicos y maquinaria especializada. La doctora Poth alerta sobre las consecuencias de este sistema: “Hoy, prácticamente todos los cultivos extensivos se rodean de tecnologías similares que comprometen la calidad e inocuidad del alimento final. No se trata solo de lo que llega al plato, sino de todo el proceso que lo precede”.
Los residuos de agroquímicos en frutas, verduras y granos, así como en carnes de animales alimentados con piensos contaminados, representan un riesgo creciente para la salud pública. A esto se suma la pérdida de biodiversidad, la concentración de tierras en pocas manos y el desplazamiento de pequeños productores y de la agricultura familiar, que históricamente garantizaban una producción más variada y menos dependiente de químicos.
Frente a este panorama, la agroecología surge como una alternativa sostenible y segura. Más que una técnica de producción, la agroecología propone un modelo integral que prioriza la salud humana, el cuidado del ambiente y la soberanía alimentaria. En palabras de Poth, “el objetivo de la agroecología no es maximizar la ganancia, sino garantizar alimentos nutritivos y seguros hoy y en el futuro”.
Las prácticas agroecológicas excluyen el uso de agrotóxicos y transgénicos, y promueven el desarrollo de semillas propias adaptadas al entorno. Este enfoque mejora la calidad nutricional y la inocuidad de los productos, al reducir la exposición a contaminantes químicos. Además, al basarse en circuitos de comercialización cortos, reduce también el impacto ambiental derivado del transporte y la conservación artificial.
La Argentina cuenta con numerosas experiencias exitosas de producción agroecológica, muchas de ellas con más de 30 años de trayectoria. Sin embargo, aún enfrentan barreras estructurales para acceder a mercados más amplios. Repensar el sistema alimentario desde la base —qué se produce, cómo, para quién y con qué consecuencias— es esencial para mejorar la calidad de vida de la población.
En definitiva, el debate sobre la inocuidad alimentaria en Argentina no puede separarse de la discusión sobre el modelo productivo. Mientras el agronegocio priorice la exportación y la rentabilidad por encima de la salud, el problema persistirá. La agroecología, en cambio, ofrece una vía concreta para garantizar alimentos seguros, nutritivos y ambientalmente sostenibles para todos los argentinos.