Los lactobacilos son probióticos comúnmente llamados “bacterias buenas”, entre las que se encuentran Lactobacillus gasseri y L. plantarum, con las cuales se realizó un proceso de microencapsulación para obtener un polvo que, además de útil para la salud intestinal, representa una oportunidad para la industria alimentaria animal y humana.
Uno de los principales retos de los alimentos que contienen microorganismos vivos o “bacterias buenas” es su viabilidad, es decir que ingresen con vida y funcionalidad al sistema digestivo de humanos y animales para fortalecer su microbiota o flora intestinal.
Ivonne Catalina Fajardo Argoti, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, explica que “al ingerir probiótico estos deben superar una serie de barreras enzimáticas presentes en la boca, el estómago y el intestino, las cuales disminuyen o limitan su actividad”.
La investigadora trabajó con las bacterias L. plantarum y L. gasseri en un proceso llamado microencapsulación, que consiste en pulverizarlas y encapsularlas haciendo que queden “recubiertas” y “protegidas” para aumentar su supervivencia al entrar al organismo.
Los probióticos microencapsulados se podrían emplear en producciones pecuarias, suministrados en el agua térmicamente adaptada, en el alimento balanceado o en bloques nutricionales, y en algunos casos conjuntamente con el forraje.
Además, en la industria alimentaria serían ideales para enriquecer bebidas lácteas –leche, helados y sorbetes–, néctares, zumos de frutas, mermeladas, jaleas, galletas o pasabocas.
“Esto garantizaría su consumo frecuente para fortalecer el sistema inmunológico, del cual cerca de un 70 % se encuentra en el intestino. Así se evitaría el uso de antibióticos, se regularía la composición bacteriana en el intestino y se evitarían riesgos en la salud pública”, anota la magíster.
De hecho, desde hace varios años tanto el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria –ambas instituciones de la Unión Europea– vienen alertando sobre el aumento de la resistencia a los antibióticos en bacterias como Escherichia coli, una de las más comúnmente transmitidas por los alimentos.
Puestos a prueba
Para su investigación, las bacterias se recibieron en el laboratorio, se activaron y cuidaron para conservarlas puras, de manera que aumentaran sus poblaciones.
“Medimos todo, en especial en cuánto tiempo alcanzan su máximo crecimiento y en cuánto empiezan a decrecer. Luego las llevamos a una preparación con materiales de pared, que son termoprotectores y tienen una función prebiótica, es decir beneficiosa para las mismas bacterias”, agrega.
Después de este proceso, en el que están en estado líquido, se llevan al secado por aspersión sometiéndolas a altas temperaturas para obtener un “polvo” rico en probióticos.
El producto obtenido se puso a prueba en condiciones gastrointestinales simuladas en el laboratorio y en contacto con la cepa E. coli O157:H7 y las bacterias Staphylococcus aureus y Listeria monocytogenes, microorganismos dañinos presentes en alimentos como carne, huevos, pescado o leche, y que suelen provocar náuseas, vómito, diarrea, dolor abdominal y fiebre, entre otros síntomas.
L. gasseri y L. plantarum respondieron de forma favorable. Al hacer la lectura y medición del “halo de inhibición” que, en palabras más simples, es un círculo que se forma separando las bacterias “buenas” de las patógenas, se encontraron excelentes resultados.
“Cuanto más ancho sea el halo, mejor. Lo mínimo que se espera son 2 mm de halo, y ellas llegaron hasta 10 y 15 mm. El resultado fue muy alentador particularmente con E. Coli O157:H7, un serotipo muy peligroso, asociado con daño renal".
Los resultados abren caminos para buscar soluciones a distintas problemáticas, entre ellas la resistencia a los antibióticos, que se desencadena por su uso indiscriminado en algunas producciones pecuarias y que lleva a las bacterias a generar resistencia haciendo imposible controlar algunas infecciones.
