La cocina ha dejado de ser solo un complemento en el itinerario del turista moderno. Hoy, comer bien es una razón poderosa para viajar, y Panamá se posiciona como un destino estratégico en esta evolución, con impactos tangibles en su industria alimenticia.
El turismo gastronómico no solo redefine la experiencia del visitante, sino que está transformando las dinámicas de producción, distribución y consumo de alimentos a nivel local.
De destino turístico a destino gastronómico
Cada vez más viajeros eligen sus rutas guiados por los sabores que desean descubrir. Según un reciente informe de tendencias del mercado, el 50% de los turistas globales prioriza las reservas en restaurantes antes que los boletos de avión, y uno de cada cinco selecciona su destino en función de las experiencias culinarias que ofrece. En este nuevo panorama, Panamá ha comenzado a capitalizar su riqueza cultural y biodiversidad para posicionarse como un centro emergente de turismo gastronómico.
Restaurantes en Ciudad de Panamá, Boquete y Bocas del Toro están integrando ingredientes autóctonos y técnicas tradicionales en menús modernos, apostando por una cocina con identidad. Esto no solo atrae a viajeros en busca de autenticidad, sino que dinamiza el mercado agrícola y artesanal local.
La cocina como motor de bienestar y sostenibilidad
La gastronomía se está convirtiendo en un canal clave para promover bienestar integral, sostenibilidad y cultura. Según la revista científica Heliyon, las experiencias culinarias que combinan sabor, entorno y servicio tienen un efecto directo en el bienestar emocional del visitante.
En este contexto, la industria alimenticia panameña encuentra una oportunidad de oro, alinear su desarrollo con prácticas sostenibles y saludables. Algunos hoteles y resorts como el Club Med en Punta Cana —modelo que inspira a operadores panameños— están adoptando propuestas de cocina de cercanía, menús plant-based y procesos con menor impacto ambiental. Panamá, con su riqueza agrícola y pesquera, tiene el potencial para ofrecer experiencias culinarias que no solo deleiten, sino que eduquen y conecten al comensal con el origen de sus alimentos.
El crecimiento económico del turismo culinario
El impacto económico del turismo gastronómico no es menor. En 2024, este segmento superó los 1,09 billones de dólares a nivel mundial, según IMARC Group, y se proyecta que alcanzará los 4,21 billones para 2033. La industria alimenticia panameña, en respuesta, comienza a adaptarse a esta demanda con una oferta cada vez más diversificada, orientada a productos frescos, locales y de calidad internacional.
Mercados como el de San Felipe y eventos como el Panamá Gastronomía Fest muestran cómo la gastronomía puede convertirse en un activo turístico y económico. Pequeños productores, chefs emergentes y emprendedores están encontrando en este auge una nueva plataforma para crecer, generando empleos y valor agregado en sus comunidades.
Una cocina con propósito
El turismo culinario está estrechamente relacionado con el turismo de bienestar, un mercado que superó los 868 mil millones de dólares en 2023 y que crecerá hasta los 1,4 billones en 2027, según el Global Wellness Institute. En Panamá, esto se traduce en una demanda creciente por alimentos saludables, cocinas funcionales y experiencias que integren nutrición y placer.
La Hoja de Ruta Mundial de la ONU para la Reducción del Desperdicio de Alimentos en el Turismo refuerza esta dirección, instando a reducir a la mitad el desperdicio alimentario hacia 2030. Panamá, alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), ya ha iniciado iniciativas en hoteles, restaurantes y escuelas de cocina para educar y aplicar prácticas circulares de alimentación.
Comer bien como nueva forma de viajar
Hoy, la cocina panameña se convierte en una embajadora cultural y en un motor de desarrollo económico. La industria alimenticia, adaptándose a las demandas de un turismo más consciente, tiene ante sí una oportunidad histórica: transformar la manera en que el país produce, sirve y valora su comida.
El turismo gastronómico en Panamá ya no es una tendencia, sino una estrategia sólida para diversificar la economía, fortalecer la identidad nacional y posicionar al país como un destino culinario de clase mundial. Comer bien es, ahora, una forma de conocer, cuidar y conectar.