La cáscara de la pitahaya amarilla, un subproducto que tradicionalmente termina en los desechos agrícolas, podría convertirse en un ingrediente estratégico para la industria alimentaria y nutracéutica latinoamericana.
Una investigación desarrollada por la Universidad Nacional de Colombia (Unal) Sede Medellín demostró que este residuo —que representa aproximadamente el 30 % del peso del fruto— puede transformarse en un polvo altamente funcional, rico en fibra dietaria soluble e insoluble, antioxidantes y compuestos bioactivos de interés para la formulación de suplementos naturales.
Este hallazgo cobra relevancia en un contexto global donde los consumidores demandan alternativas de origen vegetal que favorezcan la digestión, contribuyan al control glicémico y apoyen el bienestar general. Paralelamente, la industria busca reducir pérdidas poscosecha y valorizar sus residuos, un imperativo económico y ambiental que se alinea con las metas de sostenibilidad de la FAO y los ODS.
El estudio, liderado por Alejandra Mesa González, magíster en Ciencia y Tecnología de Alimentos, se enfocó en caracterizar la cáscara de pitahaya y convertirla en una harina con propiedades funcionales. La investigadora partió de una situación común en plantas de procesamiento: semanalmente se descartaban kilos de pitahaya sin aprovechamiento, pese a su potencial nutritivo. Esta observación motivó el desarrollo de un proyecto que combinó análisis fisicoquímicos avanzados, técnicas de secado y estudios de comportamiento del polvo para uso industrial.
Las cáscaras fueron sometidas a dos métodos: secado convectivo y secado por ventana refractiva. El método convectivo, realizado en horno a 70 °C durante 24 horas, logró una humedad final cercana al 4 %, adecuada para evitar el crecimiento microbiano. Sin embargo, la técnica de ventana refractiva —una tecnología más reciente basada en el calentamiento indirecto y la deshidratación acelerada— redujo el tiempo de procesamiento a solo cuatro horas y permitió mayor retención de compuestos sensibles al calor.
En ambos casos se observaron disminuciones en carotenoides totales, pero el secado por ventana refractiva mantuvo superiores niveles de antioxidantes termoestables y produjo un polvo más fino, uniforme y de excelente fluidez, características claves para la fabricación de cápsulas, tabletas y mezclas instantáneas. El secado convectivo, por su parte, mostró mejor retención de flavonoides, moléculas asociadas a la respuesta antiinflamatoria y la protección celular frente al estrés oxidativo.
Los análisis de fibra realizados con metodologías AOAC revelaron que la harina obtenida contiene 64 g de fibra por cada 100 g de polvo seco, un valor que supera ampliamente los estándares internacionales para ser considerada una fuente premium de fibra dietaria. Además, su perfil incluye pectinas, hemicelulosas y compuestos fenólicos que pueden mejorar la viscosidad intestinal, modular la microbiota y contribuir a la salud metabólica.
La pitahaya amarilla, cultivada principalmente en Magdalena, Tolima y Huila, también presenta ventajas comerciales. Es un cultivo resiliente a altas temperaturas y sequías, lo que lo posiciona estratégicamente frente al cambio climático. Según datos del Dane, las exportaciones de pitahaya alcanzaron 470 toneladas en 2022, cifra que evidencia su creciente protagonismo en el mercado agrícola colombiano.
Este avance científico abre nuevas oportunidades de negocio: desde líneas de suplementos naturales hasta ingredientes funcionales para panificación, bebidas en polvo, barras energéticas o productos destinados al mercado healthy latinoamericano. Convertir un residuo en un insumo valioso no solo impulsa la rentabilidad del sector frutícola, sino que fortalece el enfoque de economía circular que hoy demanda la industria global.
La investigación concluye que, con el proceso tecnológico adecuado, la cáscara de pitahaya deja de ser un desecho y se transforma en un ingrediente de alto valor agregado, capaz de dinamizar nuevas cadenas productivas sostenibles en Colombia y la región.
