Los recientes aranceles impuestos por el gobierno de Estados Unidos están generando un fuerte impacto en la industria agroalimentaria de América Latina, afectando no solo el desarrollo productivo y comercial de la región, sino también el consumo dentro del propio territorio estadounidense.
Esta medida, aplicada bajo la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA), impone tarifas de entre un 10 % y un 18 % sobre productos agrícolas y alimentarios provenientes de países como México, Brasil, Colombia, Perú, Chile y Argentina.
El efecto más inmediato ha sido la pérdida de competitividad de las exportaciones latinoamericanas frente a productos de otros países. Ante el aumento de costos, muchos productores se enfrentan al dilema de reducir sus márgenes de ganancia o trasladar el costo al consumidor final. En ambos casos, la industria agroalimentaria regional sale perjudicada. México, por ejemplo, cuya economía depende en gran medida de sus exportaciones agrícolas al mercado estadounidense, ha sido uno de los países más afectados. Casi el 92 % de sus exportaciones agroalimentarias tienen como destino EE.UU., lo que deja a sus productores altamente vulnerables. Productos como el tomate, los aguacates y diversos vegetales enfrentan ahora aranceles del 25 % y, en algunos casos, derechos antidumping adicionales, lo que encarece su precio en el mercado norteamericano y amenaza la estabilidad de miles de pequeños y medianos productores mexicanos.
Brasil también ha sufrido el impacto, en especial en sectores como el del café y la carne bovina, que enfrentan ahora un arancel del 50 %. Aunque ciertos productos como el jugo de naranja han quedado exentos, la incertidumbre se mantiene. En Colombia, Perú y Chile, las exportaciones de flores, frutas y vino también enfrentan nuevas barreras, incluso a pesar de los tratados de libre comercio vigentes. En Argentina, los nuevos aranceles se suman a una serie de restricciones previas que ya complicaban el acceso a mercados como el estadounidense.
Estas políticas también repercuten directamente en los consumidores estadounidenses, que ven cómo se encarecen productos habituales en su dieta diaria como el café, el vino, las frutas frescas y los tomates. Grandes cadenas minoristas como Walmart y empresas del sector gastronómico han advertido que será inevitable trasladar estos aumentos a los precios de góndola. El caso del tomate es particularmente ilustrativo: con México cubriendo cerca del 70 % del consumo estadounidense, la nueva tarifa del 17 % amenaza con provocar escasez, menor variedad y alza de precios en supermercados y restaurantes.
Sin embargo, este panorama desafiante también ha llevado a los países latinoamericanos a replantear sus estrategias. Muchos productores están acelerando la diversificación de mercados y buscando nuevos destinos para sus exportaciones, reduciendo así su dependencia del mercado estadounidense. A su vez, las empresas agroalimentarias están invirtiendo en mejores mecanismos de monitoreo de riesgos geopolíticos, seguros financieros y acuerdos comerciales más estables para mitigar la incertidumbre.
En definitiva, los aranceles de EE.UU. están redefiniendo el mapa comercial agroalimentario en América Latina, generando dificultades evidentes, pero también empujando a la región hacia una mayor resiliencia y diversificación en su inserción global.