Food News Latam - Los vinos del Nuevo Mundo y la entronización del Malbec

 

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Los vinos del Nuevo Mundo y la entronización del Malbec

Argentina Bebidas

La crisis y “reconversión” de la vitivinicultura argentina no es un fenómeno aislado; coincide con un mercado internacional en mutación. En el muy largo plazo, los países como Francia, España e Italia, fueron los principales productores y cultores del vino y aquellos que expandieron y dominaron esta actividad. No obstante, hacia fines del siglo XX, la vitivinicultura europea atravesaba una crisis estructural.

Aunque los productores latinos seguían dominando en los vinos más prestigiosos, el avance de los emprendimientos del nuevo mundo había sido notable. Los vinos de California (Estados Unidos) y poco después los de Australia, África del Sur, Chile y Nueva Zelanda incrementaron rápidamente su presencia en el mercado internacional.

El surgimiento de los vinos del nuevo mundo no sólo implicó la diversificación de los oferentes; conllevó otros cambios entre los cuales se destacan los modos de producir y clasificar a este bien. Por un lado, la elaboración de los vinos europeos, y de los franceses en particular, está asociada al respeto por las tradiciones y a las singularidades del terroir. Desde 1935, los vinos galos se segmentan siguiendo un criterio geográfico. En la cima del prestigio, se encuentran los vinos de Bordeaux y luego, en gradación jerárquica, otras regiones del hexágono.

A su vez, cada región se subdivide y cada château se especializa en un conjunto limitado de vinos. En las antípodas, los vinos del nuevo mundo, y los californianos como su vanguardia, enfatizan las innovaciones tecnológicas, la pureza de las cepas y se han desarrollado bajo el impulso de consultores cosmopolitas y compañías multinacionales. Una misma empresa puede ofrecer una gran diversidad de productos, al multiplicar su radicación en distintas zonas del planeta, las cepas utilizadas y la combinación establecida entre ellas. Frente a un modelo europeo altamente reglamentado y controlado por el Estado, la producción americana remite a una política liberal en las superficies, las técnicas de producción, las variedades, la escala del negocio.

A la hora de elegir y juzgar la calidad, ya no son sólo los vinos de una misma región los que compiten entre sí, los vinos varietales o “de corte” se desarrollan en distintos terrenos y climas. A la toponimia europea se contrapone la clasificación por cepa. Asimismo, el mercado americano ha permitido definir una pirámide de precios y calidades que va desde los vinos comunes hasta los Íconos.

Si una tendencia compromete tanto a Francia como a la Argentina es que las mayorías han ido abandonando el consumo del vino como una práctica cotidiana. La expansión del vino no se ha dado por la ampliación del mercado en los países tradicionalmente consumidores de esta bebida, sino por la incorporación aficionados en países como Rusia, China o Brasil. Estos nuevos consumidores elijen y degustan el vino de modo distinto que en el pasado: beben ocasionalmente, están abiertos a las novedades y buscan el consejo de especialistas para guiar sus exploraciones.

Progresivamente, el vino y con él sus productores han dejado de asociarse con un bien de consumo popular y nacional para evocar y cultivar la singularidad y el refinamiento de aficionados más segmentados, pertenecientes en su mayoría a clases medias y altas cosmopolitas.
En este marco, la vitivinicultura argentina comenzó a hacerse un lugar en el mercado externo, enmarcada claramente en los principios que rigen los vinos del nuevo mundo. Se multiplicaron las asesorías de enólogos norteamericanos y europeos de renombre internacional, bodegueros y gerentes mendocinos comenzaron a participar activamente en las ferias y concursos de América del Norte y Europa, se prestó especial atención a las notas de cata preferidas por el consumidor global. La apuesta se reveló exitosa: en apenas una década, la cepa estrella argentina, el Malbec, pasó de estar al borde de la desaparición a alcanzar el mayor prestigio y la más vasta superficie de su historia.

A los grandes inversores y a aquellos estrechamente conectados con el mercado mundial, las nuevas formas de producción permitieron obtener importantes beneficios en términos de productividad y rentabilidad. Los consumidores locales de vinos de alta gama acompañaron y sostuvieron la demanda externa, consolidando la apuesta de estos inversores con horizonte global. Por otro lado, el declive del mercado de vinos comunes y las modalidades de producción de vinos finos (que contratan poca mano de obra y lo hacen en períodos estacionales) agudizaron la vulnerabilidad de los pequeños productores frente a los grandes inversores extranjeros y precarizaron las condiciones de empleo de los trabajadores menos calificados. La jerarquización de las cepas se tradujo en una clara diferenciación territorial: al auge de la zona central y el valle de Uco le correspondió la crisis del Este.

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