El bajo precio de la papa, uno de los alimentos básicos de la canasta familiar, es cosa del pasado. Este año ha aumentado en más de un 37% y no parece que vaya a bajar por ahora.
La papa es el segundo producto más importante de la canasta básica familiar, después del arroz, y se consume en el 95% de los hogares colombianos. Desde un ajiaco, el plato típico que calienta los días bogotanos, hasta la popular salchipapa que se vende en calles de las diferentes ciudades del país, incluyen este tubérculo, el principal cultivo en áreas de clima frío.
Pero un ama de casa que antes la usaba para preparar un almuerzo con bajo presupuesto, ahora lo piensa dos veces: el precio ha escalado en un 37,42% en comparación con el año anterior, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (Dane). Empezó el año disparada; en marzo alcanzó un aumento del 110%, y pese a algunas reducciones, el balance sigue siendo al alza.
En las centrales mayoristas que distribuyen los productos del campo a las plazas minoristas, supermercados o tiendas de barrio, un bulto de papa pastusa de 50 kilogramos costaba en 2021 entre 80.000 y 100.000 pesos, y hoy cuesta hasta 130 mil pesos (unos 26 dólares). El precio para el consumidor final se ha incrementado de un rango de 1.800 a 2.400 pesos el kilo, a alrededor de 3.000 o 4.000 pesos. Aunque los valores pueden variar, dependiendo del sector o la región donde se compre, el alza es generalizada.
“Hemos tenido que incrementar los precios de venta de un almuerzo corriente hasta en un 40%. Esto afecta al consumidor y la estabilidad de los negocios a los que se les reduce el margen de ganancia”, afirma Frank Salcedo, propietario de un restaurante en Cúcuta, la ciudad con la variación más alta de la inflación en noviembre.
El elevado costo de los insumos agropecuarios, como consecuencia de la crisis de la inflación mundial, ha impactado la producción de este alimento que cultivan alrededor de 100.000 familias en Colombia y que genera más de 260.000 empleos directos e indirectos. “En el primer semestre del año pasado, producir una hectárea de papa costaba 22 millones de pesos colombianos. Hoy, esa misma hectárea está cercana a los 39 millones de pesos. Esto hace que los precios de venta también se incrementen y afecten al consumidor”, explica Germán Palacio, gerente de la Federación Colombiana de Productores de Papa, Fedepapa.
Los cultivadores no han podido levantar cabeza. Además de los cierres de hoteles, restaurantes y cafeterías en la pandemia, se vieron afectados por bloqueos durante el estallido social de 2021, y también los precios. Ahora, el panorama tampoco luce alentador. No solo por los costos de los fertilizantes, sino por la temporada de lluvias que se puede extender hasta inicios del próximo año. “Pensamos que el precio va a seguir subiendo, llegando a sus niveles más altos a finales de enero y febrero.
Después empieza a entrar la cosecha del sur del país - Cauca, Nariño y Tolima - que es la del primer semestre, y los precios se estabilizan. La gran cosecha de la sabana cundiboyacense inicia en junio y los valores pueden ser estables hasta septiembre”, sostiene Palacio. Sin embargo, reconoce que, debido al mayor costo de los insumos, el bajo precio seguirá siendo cosa del pasado.
No solo la papa le pesa más al bolsillo de los colombianos. En la inflación anual que ya es del 12,53%, la más alta de los últimos 23 años, los alimentos y las bebidas no alcohólicas son los que más han presionado la variación de precios con corte a noviembre. El incremento de este gasto es del 27%, en comparación con el año anterior, de acuerdo con los análisis del Dane.
Productos como el arroz han subido en un 48%, los huevos 36% y las frutas frescas cerca del 25%. Estos porcentajes se llevan de tajo el aumento del salario mínimo que para este año fue del 10%. El Gobierno, los empresarios y las centrales obreras ya iniciaron negociaciones para el incremento de 2023.
Más allá del impacto económico, los altos precios de los alimentos ponen productos como la papa lejos del alcance de las familias de menos recursos y deterioran su seguridad alimentaria. Una reciente evaluación entre poblaciones migrantes y comunidades de acogida del Programa Mundial de Alimentos en Colombia, advierte que aproximadamente la mitad de 7.097 hogares encuestados en ciudades con alta concentración de migrantes venezolanos, como Cúcuta, tienen un consumo de alimentos insuficiente.
La mayoría consumen menos de tres comidas al día y al menos uno de cada cuatro hogares tiene una dieta pobre o limitada, lo que significa que dependen en gran medida de granos y cereales y tienen una diversidad dietética baja.