En los últimos años, un antiguo alimento ha vuelto a captar la atención de quienes buscan opciones más saludables: la espirulina.
Aunque comúnmente se le conoce como un alga, en realidad se trata de una cianobacteria, un microorganismo que crece de forma natural en cuerpos de agua dulce y salada. Su intenso color verde azulado y su impresionante perfil nutricional la han convertido en un verdadero superalimento moderno.
La espirulina no es nueva. De hecho, fue consumida por civilizaciones prehispánicas, especialmente por los aztecas, quienes la recolectaban del lago Texcoco, en el centro de lo que hoy es México. No es casualidad, entonces, que este país se haya posicionado como el principal consumidor y productor de espirulina en América Latina. En mercados orgánicos, tiendas naturistas e incluso cafeterías urbanas, la espirulina ha dejado de ser un producto de nicho para convertirse en parte de la cultura alimentaria de una nueva generación preocupada por su bienestar.
Este superalimento se distingue por su alto contenido en proteínas de alta calidad (hasta un 60-70 % de su peso seco), además de vitaminas del complejo B —como la B1 (tiamina) y la B2 (riboflavina)—, minerales esenciales como hierro, calcio, magnesio y una significativa cantidad de provitamina A (betacaroteno). Tan solo 15 gramos de espirulina pueden cubrir la ingesta diaria recomendada de varias de estas vitaminas, lo que la hace especialmente útil en dietas vegetarianas o con limitaciones nutricionales.
Sin embargo, no todo lo que lleva espirulina es automáticamente saludable. En su auge comercial, este ingrediente ha sido incorporado a productos procesados como galletas, helados, barras energéticas e incluso lattes en cadenas de cafeterías. Aunque visualmente atractivos, estos productos muchas veces contienen grandes cantidades de azúcar o aditivos que reducen los beneficios de la espirulina. Los expertos recomiendan consumirla en presentaciones más puras, como en batidos verdes, jugos naturales, yogures sin azúcar o cápsulas.
Otro aspecto clave es la calidad del producto. La espirulina cultivada en condiciones no reguladas puede contaminarse con metales pesados, bacterias tóxicas o microcistinas —compuestos dañinos producidos por algunas algas—. Por ello, es fundamental adquirir espirulina de proveedores certificados, preferentemente con análisis de laboratorio que respalden su pureza y origen. México, por ejemplo, cuenta con productores locales que exportan espirulina de calidad premium a todo el mundo, cultivada en entornos controlados y bajo estándares orgánicos.
No todas las personas pueden consumir espirulina sin restricciones. Quienes padecen fenilcetonuria (PKU), un trastorno metabólico hereditario, deben evitarla debido a su contenido de fenilalanina. Además, aunque aporta una buena cantidad de hierro, se trata de hierro no hemo (de origen vegetal), que el cuerpo humano absorbe con menor eficiencia que el hierro de origen animal. Por esta razón, no debe ser la única fuente de este mineral, especialmente en personas con anemia.
En cuanto al sabor, no todos encuentran agradable su perfil terroso y salino, con reminiscencias marinas. Para suavizar su sabor, se sugiere combinarla con ingredientes como jengibre, frutas cítricas, frutos rojos o menta. Otra opción práctica para quienes no toleran su gusto es consumirla en tabletas o cápsulas, que mantienen su valor nutricional sin necesidad de alterar comidas o bebidas.
En resumen, la espirulina es un aliado interesante dentro de una alimentación balanceada, pero no es una solución milagrosa. Su incorporación debe ser informada, moderada y complementaria a hábitos saludables. Con su rica historia en México y sus valiosos beneficios nutricionales, la espirulina demuestra que los alimentos del pasado aún tienen mucho que ofrecer en el presente.