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La prohibición del colorante rojo N°3: un punto de inflexión en la industria alimentaria latinoamericana

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La reciente prohibición del colorante artificial rojo N°3 en Estados Unidos marca un antes y un después en la regulación de aditivos alimentarios a nivel mundial.

La medida, tomada por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), ha reavivado un debate global sobre la seguridad de los ingredientes sintéticos en la industria alimentaria y sus posibles consecuencias para la salud humana. Este hecho, además de generar repercusiones inmediatas en el mercado estadounidense, está comenzando a tener efectos en otras regiones, incluida América Latina.

El rojo N°3, también conocido como eritrosina o E-127, es un colorante sintético derivado del petróleo que ha sido ampliamente utilizado en productos alimenticios, farmacéuticos y cosméticos por décadas. Su atractivo color rojizo lo ha convertido en un ingrediente habitual en dulces, bebidas, postres, productos horneados, pastillas e incluso en medicamentos para niños. Sin embargo, su inocuidad ha estado en entredicho desde hace más de tres décadas.

La decisión de la FDA de prohibirlo se basa en una acumulación de evidencia científica que vincula este aditivo con el desarrollo de cáncer de tiroides en animales de laboratorio, particularmente en ratas. Ya en 1990 se había restringido su uso en productos cosméticos de aplicación tópica, como labiales. No obstante, su utilización en alimentos y medicamentos ingeridos se mantuvo vigente por lagunas en la legislación y por la presión de la industria alimentaria. Recién en los últimos años, y tras insistentes solicitudes de organizaciones de defensa del consumidor, se ha logrado que el gobierno estadounidense actúe en consonancia con su propia normativa.

Esta medida refleja una creciente preocupación en los consumidores respecto a los ingredientes que componen los alimentos procesados. En la última década, el concepto de "etiquetas limpias" ha ganado terreno: se busca eliminar ingredientes artificiales y poco comprensibles de las etiquetas, en favor de una mayor transparencia y naturalidad. En este contexto, los aditivos alimentarios —aunque cumplen funciones tecnológicas esenciales como conservación, coloración o estabilización— suelen ser los más cuestionados por su potencial impacto negativo sobre la salud.

La prohibición en Estados Unidos ha generado una onda expansiva en América Latina. Aunque la mayoría de los países de la región todavía permiten el uso del rojo N°3, ya se han comenzado a manifestar voces que exigen su regulación o prohibición. En República Dominicana, por ejemplo, se ha solicitado al Ministerio de Salud Pública que prohíba su uso, tanto en productos nacionales como importados. En México, por el momento, el colorante sigue siendo legal y se encuentra presente en productos de alto consumo popular, como gelatinas, refrescos y caramelos. Sin embargo, grupos de consumidores han empezado a presionar por un cambio normativo.

La realidad en el resto de América Latina es dispar. Algunos países como Argentina y Chile han adoptado medidas restrictivas respecto a ciertos colorantes sintéticos, pero aún no han actualizado sus regulaciones específicamente en relación con el rojo N°3. La falta de un marco común regional deja a los consumidores en una situación desigual, en la que la seguridad alimentaria depende de la voluntad política y la capacidad de regulación de cada Estado.

Ante este escenario, surge una pregunta clave: ¿es posible mantener la funcionalidad de los aditivos sin comprometer la salud de los consumidores? La industria alimentaria enfrenta el desafío de reformular sus productos con ingredientes más seguros y naturales, sin perder atractivo comercial ni reducir la vida útil de los alimentos. Las alternativas naturales al rojo N°3, como pigmentos de frutas y verduras (remolacha, zanahoria morada, camote, cúrcuma), están disponibles, pero suelen ser más costosas y menos estables.

La transición hacia una industria alimentaria más saludable y transparente no será inmediata, pero es ineludible. Para avanzar, será esencial fomentar la investigación, fortalecer las agencias de control sanitario y educar a los consumidores sobre la importancia de leer las etiquetas y cuestionar los ingredientes que consumen. Asimismo, se requiere de una coordinación regional más sólida para evitar que productos rechazados en un país continúen circulando libremente en otro.

La discusión sobre los aditivos está lejos de cerrarse. Lo que sí está claro es que la ciencia y la tecnología serán herramientas fundamentales para diseñar alimentos más seguros, sostenibles y respetuosos con la salud humana. El caso del rojo N°3 podría ser solo el primero de muchos otros compuestos que enfrenten un futuro incierto en las góndolas de los supermercados.

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